Cuando las vió pelotear de aquella manera sobre la pista, se indignó y les echó la bronca. Sus padres le pagaban mucho dinero para que las dos señoritas aprendiesen algo de tenis. Se puso un momento con ellas, pero esta claro que no era lo suyo. Sin embargo, ellas tenían otros talentos nada despreciables, otras habilidades mucho más satisfactorias. En cuestión de sexo, tanto Saana, la viciosa finlandesa, como Sativa, la pequeña zorrita mejicana, eran unas alumnas muy aplicadas y había que aprovecharlo.






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